jueves, 30 de abril de 2009

Cuentos de urbe

El pequeño relato que a continuación describo sucedió sin querer ni esperar…
Relegado a una fracción mínima de espacio en la cual ya ni pies ni piernas tenían espacio para moverse, me hallaba en un transporte público a temprana hora de la mañana dirigiéndome a mi lugar de estudio.
Poco a poco el espacio se agotaba con cada nuevo pasajero, al cabo que finalmente los últimos abordaron el automotor por la parte trasera, donde me ubicaba en esta ocasión.
De repente la vi, subió, despreocupada, joven y bañada no hace mucho, yo, indiferente, aunque ligeramente interesado le di una mirada, ubicase cerca de mi y con la continua subida de personas finalmente quedamos cerca, muy cerca, con el fin de no compartir nuestras miradas frente a frente y así mismo nuestras respiraciones, decidió darme la espalda.
Naturalmente yo evité al máximo cualquier contacto “indiscreto”…
Pero en vista de la situación, el espacio, que iba decreciendo en relación inversamente proporcional a la cantidad de gente que ingresaba al transporte, en un momento simplemente resultó inevitable estar “muy cerca”…
De golpe sentí como su inocente ass empezó a presionarse contra el miembro de manifestación de mi sexualidad…
Una, otra y otra vez…
Avergonzado, abochornado, buscando evadir esta conducta que a mi parecer vulgar, desagradable, ordinaria y de muy mal gusto a mi parecer no tenía porque ser protagonizada por mi.
En suma a la indignación producida por este acto, el constante roce empezó a generar un desvío del torrente sanguíneo hacia lo mas íntimo de mi ser, donde además de todo, crecía una emoción.
Por supuesto pude pensar que aquella matutina fémina que desbocaba mi emoción pudiese sentirse invadida, tanto física como moralmente, imposibilitada por la escasez de espacio y la imposibilidad de una denuncia, ella simplemente soportaba…
Mayor sorpresa me he llevado cuando sorprendido sentí como su cuerpo mas que su emoción reclamaba mas de aquello que en silencio ocurría.
Mientras desviaba hacia mí miradas con silente complicidad me daba a entender que lejos de molestarse, esta joven dama disfrutaba a diferencia mía sin en el temor que hasta ahora me había acompañado aquel extravagante momento.

Con el vaivén del vehículo se diluía cada vez mas el límite de las fronteras interpersonales a la par que crecía mas y mas la intención que desde el primer momento surgió..
Aunque muy fuera de mi estructura ética, pues este tipo de comportamientos han sido para mí siempre muy mal vistos, reconozco que el placer de la experiencia, no sin cierto escozor, me hizo dejar de lado estas preconcepciones,
Pronto la parte posterior de su cabeza se juntaba con mi mejilla, su respiración rozaba ligeramente la mía, cómplices, cegados a propósito, relegados al anonimato de los encuentros en los espacios públicos simplemente nos dejamos llevar en una especie de beso mudo…
Así pasaron algunos minutos donde la vergüenza se mezclaba exquisitamente con el placer, en un juego de desconocidos que prefieren ignorar sin dejar de disfrutar antes que enfrentar y tener que parar.
Tras estos momentos el lugar empezó a desocuparse lo cual nos dio la oportunidad de alejarnos y dar por fin una mirada directa el uno al otro, compartiendo aquella pequeña obscenidad, sintiendo aún el recorrido incesante de la sangre en busca de mas y el latir frenético de nuestros corazones que aún no terminaban de entender como un simple traslado se había convertido en un cierto desliz moral…
Con la mitad del rostro escondido tras mi brazo de apoyo, dejando ver solo los ojos y la frente de golpe la miré, nuestros ojos se encontraron., ella, joven, inocente a su manera, húmeda por el baño, roja por la emoción sostuvo su mirada sobre la mía, y ahí todo se dijo…
Y así finalmente llegué a mi destinación sin mas ni mas me bajé evitando ahora todo contacto, ahora nos observaban…